febrero 24, 2011

Como el arcoiris

Cuando Rodrigo mi sobrino, a sus 4 años de edad preguntó cómo era eso de que había 3 dioses, mi madre, haciendo uso de todos sus recursos y conocimientos doctrinales comenzó a explicarle el misterio de la santísima trinidad diciendo que es un solo dios en 3 personas distintas. Esto no parecía ser una explicación comprensible para el niño, ni tampoco para su hermano de 5 años, Alvaro, que de pronto intervino y dijo, "mira Yosh, es como el arcoíris; muchos colores pero un solo arcoíris". Entonces su hermano se quedó tranquilo con la explicación, que de pronto entendió.

Si yo hubiera querido definir este año sabático, no hubiera podido hacerlo mejor: es como el arcoíris, muchos viajes, muchas experiencias, muchos sucesos, muchos sentimientos, muchos vuelos,  muchos maticesy un mismo tiempo sabático.

El trayecto ha sido largo. México-Miami-Paris-Munich-Viena. De pronto aparecen datos en la pantalla del avión: 10,000 pies de altitud, 997 km/h, -54ºC. Lo cierto es que ninguno de esos datos me dice mucho, ya que encerrada en una cabina con ambiente controlado, todo pareciera estar en orden. Cuando lo pienso, me doy cuenta de lo vulnerables que somos dentro de la misma. Una descompensación, una pequeña falla técnica y todo acaba. Esta reflexión formó parte del primer vuelo transcontinental de este arcoíris sabático y preferí no seguir alimentando esas ideas, ya que aún faltan muchos vuelos por hacer y nubes por atravesar, muchas turbulencias bien manejadas por los pilotos y aterrizajes con aviones coleados, así que pensar en esto no me ayudaría.

El paso por el aeropuerto de Miami fue de larga caminata. Afortunadamente hay carritos para maletas, que sí puedes trasladar por todo el aeropuerto, no como en el Benito Juárez que usas el carrito por 20 metros, solo de la banda a la puerta de salida y más tardas en subir las maletas que en tenerlas que bajar. En fin, en Miami la caminata incluyó desde recoger la maleta en la banda 8 y tener que salir por la puerta cercana a la banda 1 para pasar aduana, y que alguien te diga, "Follow the yellow dots", para sentir que uno es como Dorothy, para que al final del camino amarillo, un malencarado joven te pida la maleta para aventarla a la banda que la llevará a su siguiente destino. Tramité mi pase de abordar con un antipático extranjero orientalón que hablaba francés a tirabuzón, luego la tan famosa fila enorme para pasar los puestos de seguridad de hoy en día, y que me revisaran por tercera vez la bolsa porque al parecer llevaba algo sospechoso.

De una terminal a otra más de media hora andando y andando y sin ubicar ni un lugar cercano donde comer, porque para llegar a cualquier restaurant de fast food hay que caminar como 8 salas de espera de ida, y otras tantas de regreso, e ir al tren para que te lleve a la siguiente terminal, en donde si preguntas: Where is the court food?, el señor te verá con cara de incógnita y responderá: Court food? We only have Wendy's. 3 horas de intervalo entre un vuelo y otro pronto se terminaron y solamente tuve que esperar 45 minutos en la sala de espera para tomar el vuelo a la ciudad de las luces.

Luego el Charles de Gaulle. Todo apeñuzcado, con gente por doquier, con el famoso carrito (que dicho sea de paso, ahí también lo puedes llevar a casi cualquier parte ... no como en el Benito Juárez), y corriendo para cambiar de una terminal a otra. Afortunadamente mi vuelo salía casi 4 horas después, así que pude trasladarme con calma de lado a lado del aeropuerto, esperando que el ejercicio ayudara a deshinchar las piernas después de tantas horas de vuelo. Y a buscar la aerolínea Lufthansa, que tiene un moderno sistema de autoticketing, y gente bastante amable. 

Nuevamente a caminar e instalarme en mi sala de espera. Como en esta ocasión el tiempo era más largo, comencé a leer. La lectura se convirtió en siesta, la siesta en sueño y el sueño casi termina en vuelo perdido, aunque en realidad terminó con una fuerte llamada por los altavoces: Marcela Pérez, presentarse de inmediato en la puerta X. En 15 segundos estaba yo abordando el avión. 

Camino a Munich no hice más que dormir y despertar en dos ocasiones: a la hora del lunch y al aterrizar. Y de Munich a Viena ya el trayecto era tan corto, que solo esperé tomando un rico café, cortesía de Lufthansa, dentro de un lindo aeropuerto aclimatado, en donde se nota realmente el primer mundo, el amaestramiento de los ciudadanos para comportarse con propiedad, y los servicios que una empresa puede brindar para hacer más confortable la estancia de un pasajero que lleva 24 horas de aeropuerto en aeropuerto. Claro que esto último ellos no lo sabían, pero yo se los agradecí. 

Así, pues, fue la llegada a Europa, el lugar de las respuestas, y una de las estaciones en este viaje a Itaca ...