Uno de los libros que más me ha gustado es “Los Pilares de la Tierra” de Ken Follet. Narra la historia de la construcción de una catedral medieval en Inglaterra. Es la catedral de Kingsbridge. En 2002, años después de haber escrito ese libro, Follet viajó a Vitoria, un pueblo vasco en el que existe una catedral medieval en periodo de remodelación -casi reconstrucción- desde hace 12 años.
Al conocer los trabajos que se estaban haciendo en la catedral, la historia, los hallazgos que en ella se estaban dando debido a las excavaciones, y los estudios que se estaban haciendo para entender el movimiento del edificio, Follet decidió comenzar a trabajar en la segunda parte del libro, “Un Mundo sin Fin”, en donde narra los trabajos de reconstrucción que se tienen que llevar a cabo siglos después de haberse construido la catedral de Kingsbridge, porque ésta comenzaba a derrumbarse en su interior. Ambos libros captaron mi atención de la manera que solo los libros que te tienen leyendo hasta las 2 am y te roban el corazón, lo hacen.
Hoy conocí Vitoria y la catedral que inspiró el segundo libro de Follet, rankeado en mi top ten personal. El concepto de visitas es interesante porque el recorrido que se hace a interior de la catedral se llama "Abierto por obras". Las visitas sólo son guiadas y el espacio está preparado con pasillos para caminar entre la obra, rodeados de trabajadores, con el ruido de taladros y maquinaria, y usando casco protector. Se realizó una excavación de 8 mt para conocer el estado de los cimientos e identificar desde ahí los problemas estructurales del edificio. De esa forma han podido reforzarlos y trabajar todos estos años para salvar la construcción.
El 7 de abril de 2010 comenzaron también para mí los trabajos de reconstrucción. Inició entonces una excavación profunda para conocer el estado de mis cimientos e identificar los problemas estructurales de los mismos y reforzar lo necesario para seguir de pie. Y es que hace un año llegó Victoria, mi hija, y llegó solo para traer un mensaje, fuerte y claro, que fue de pronto como la llamada de alerta de quien escucha el crujir de las piedras en el interior de la catedral y sabe que si no se revisan las causas, sin más, ese edificio, a pesar de ser enorme, parecer bien plantado, ser imponente, se derrumbará.
Victoria llegó a hacer que replanteara mis objetivos de vida y a hacerme saber que la vida es ahora. Me siento privilegiada por haber tenido un mensajero físico. Hay veces que decimos que recibimos mensajes del universo, pero no sé qué tan seguido los recibamos con todo y mensajero. Puedo preciarme de decir que yo tuve uno.
Einstein dijo algo parecido a: si quieres tener resultados diferentes tienes que hacer las cosas de manera diferente. Supongo que es lo que busco hacer ahora, en este tiempo sabático en el que, más que vacaciones, trato de hacer las cosas de otra manera, identificando los matices del arcoíris que lo conforman y reforzando los cimientos y las columnas pandeadas. Es como caminar entre andamios y casco protector, sabiendo que dentro de poco, el resultado de esta obra será una majestuosa edificación, lista para aguantar mil años, historias y mensajeros más.
La Catedral de Santa María de Vitoria ha aguantado el paso del tiempo con paciencia, y hoy, sus grietas en las paredes, el hundimiento de su estructura, la curvatura de sus columnas, dan fé de su historia, y su recuperación no pretende sino honrar esa historia. Es lo más cercano a lo que siento estar viviendo, y hoy, a un año de haber comenzado con esos trabajos, honro y agradezco la presencia de Victoria, mi mensajero personal, que repicó las campanas de alerta para que esta estructura no se derrumbara.