febrero 27, 2011

Auf Wiedersehen Wien

Con una formidable acogida en casa de Henrik y Helena, mi estancia en Viena resultó más que placentera. Dos días hicieron falta para recuperarme del jet lag. Cómo lo hice? Fácil. Solo hubo que permitirme despertar en ambas ocasiones a las 3 pm, sin darme cuenta de la hora, sin presión por levantarme y dándome la chance de descansar lo que mi cuerpo necesitara, porque, a diferencia de otras ocasiones, en este viaje no hay prisas, las prioridades han cambiado y lo que antes resultaba importante en un viaje, como visitar 4 museos por ciudad, caminar como loco para recorrer todas y cada una de las calles y atracciones que están marcadas en la guía turística, levantarse temprano y acostarse tarde, hoy no es más importante que el sueño y la posibilidad de decidir libremente si se quiere ir o no a un museo sin sentir culpa por no haberlo hecho y sabiendo de cierto que no pasa nada si en vez del 100% de los lugares marcados en la guía se visitan solo la mitad, pero disfrutados al máximo porque se hace sin cansancio y sin stress.

Porqué será que nos preocupa tanto conocer todas las iglesias del lugar, los museos y lugares cerrados que hay en las ciudades? Ni siquiera conozco todas las iglesias del centro de Guadalajara, ya no se diga las de Cd. De México que son tantas. Recién acabo de enterarme que hay un templo de San Antonio en el lugar donde vivo y no sé ni dónde se encuentra.

La experiencia en el Museo de Arte Moderno de Viena, lo cual podría sonar interesante y además viene en la guía turística, resultó decepcionante en muchos sentidos y ocasionó en cierta forma esta reflexión. Para empezar, costó 6.50 euros y eso que fue con descuento de estudiante porque obviamente cargo conmigo mi super credencial de EGRESADO del ITESO (supongo que acá nadie entiende qué significa “egresado”, y como la leyenda está escrita al frente y al centro de la credencial, con sendo letrero enorme, quizás piensen que por el contrario estoy estudiando algo super especializado). Cuando iba a pagar mi entrada (originalmente de 9 euros, o sea casi $150) pregunté si no había algún descuento, a lo que la chica inmediatamente contestó que sí, que si yo era estudiante, con credencial internacional vigente, y “menor de 27 años”, entonces me costaría 6.50. Eso bastó para que yo hábilmente sacara mi credencial de “estudios avanzados”, fingiera haber olvidado mi identificación en la que ciertamente constaba que yo, como bien habría notado, tengo tan solo 26 años y ella, sin más, tuviera que emitir un ticket de descuento para esta joven estudiante mexicana.

Sucedido esto, entré a las dos exposiciones que tanta expectativa habían generado en mí y me llevé una gran decepción pero también aprendí que yo creo que no me gusta el arte moderno … al menos no ese: videos de gente “loca” (para mi gusto) desollando un chivo, cortándose las uñas con tijeritas hasta sangrarse los dedos, cortándose con un cuchillo la piel de la pierna, y cosas excéntricas que la verdad, a pesar de ser una estudiante de cosas tan especializadas, no entendí. También había los famosos cuadros hechos con cachivaches, los que representan el dolor a través de un trapo quemado, y un maniquí desnudo que como seguramente habría hablado alemán, no supe cuál era su propósito ahí. Evidentemente no pudo faltar el lienzo de 2x3.5m pintado de rojo carmín con una delgada línea negra al centro. Claro, también había uno amarillo. No recuerdo si en este último la línea era recta o curva.

El punto es que entendí que, ni los museos tienen porqué ser lo máximo de la vida (al menos para mí), y me di cuenta de que lo que realmente disfruto son los exteriores. Caminar por las calles permite estar en un enorme museo viviente, en donde también hay gente loca, seguramente hay alguien cortándose con tijeritas los dedos, o gritando incoherencias, y ciertamente hay más de una puerta o pared roja o amarilla, pero no exigen credencial, ni certificación de edad para aplicar descuento, ya que el escenario de la vida es totalmente gratis.

Desafortunadamente Viena en esta época del año es un escenario sumamente frío, con un aire que se mete por donde uno no se explica, y hela los más escondidos huesos, previo cuasi congelamiento de la piel. Dificulta el andar, el tomar fotos porque hasta la lente se empaña del choque térmico, hasta el hablar cuando los cachetes, labios y lengua están entumecidos por el frío. Uno termina metíéndose entonces en todas las iglesias que hay a la pasada para tomar un poco de calor lejos del viento.

El penúltimo día de mi estancia en ese país, fui y regresé sola de Tribuswinkel, el pueblo en donde viven mis amigos, a 30 min de Viena, a Schönbrunn, otro “must” indicado en la guía turística. Este palacio prometía una encantadora caminata, con vistas espectaculares ya que es famoso por sus enormes jardines. Olvidé que en invierno los jardines sí estarían, pero las flores y las hojas no; así que el paseo presentó maravillosos paisajes invernales con árboles desnudos, lagos y fuentes congeladas, hojas secas y mucho viento. Aun así, el escenario fue muy lindo. Como anochece temprano, antes de las 6 pm, me di prisa para regresar a buena hora a casa de mi amiga. Cabe aclarar que ésta era la primera vez que regresaba sola, ya que las anteriores ella había ido a mi encuentro en algún lugar de Viena. Tomé el metro, transbordé, tomé el tren, llegué a la estación y comencé a caminar. Había que caminar derecho, todo derecho desde la estación a casa de mi amiga. No habría pierde. Sin embargo, de alguna extraña y quizás extraterrestre manera, me perdí. Caminé no supe ni para dónde porque el frío era tal que no podía siquiera mantener la cara alzada porque los ojos me picaban. De pronto di con una iglesia que no recordé haber visto en el camino de ida; enfrente una escuela; caminé en una dirección, luego en otra … oficialmente estaba perdida. Decidí entonces llamar por teléfono a mi amiga para pedirle que fuera por mí y por alguna extraña y estoy segura que también extraterrestre razón, no me contestó.

Con -5º de temperatura, tuve que hacer un esfuerzo para descongelar a los ratones y echar a andar el mecanismo de supervivencia. Decidí pedir ayuda a una familia que caminaba hacia mí. Me acerqué y dije: -Haba inglés? – Un poco – OK, me puede ayudar? – Qué necesitas? – Estoy perdida- A dónde quieres ir? – Mmm, no sé, de verdad estoy perdida.
La cara de incógnita de la señora no se hizo esperar y su expresión casi quiso decir: No pos’ así ni cómo ayudarte …

Llegó su hijo y comencé a decirle que en realidad estaba en casa de una amiga, cerca de ahí, pero no recordaba el kilométrico nombre de la calle. Finalmente, después de 5 minutos de estar parados en la calle tratando de entender cómo era que yo, extranjera, no sabía la dirección a la que iba, y estaba realmente perdida, ellos decidieron llevarme a la estación de tren a la que había llegado para ver si nuevamente desde ahí recordaba para dónde ir. Pensé que me dejarían en la estación y se irían, pero cuál fue mi sorpresa al escuchar que el atento joven me decía: - Este es un día muy frío para andar haciendo experimentos, veamos si reconoces el camino y damos con la casa; no tenemos prisa, no te preocupes.

Conocí a mis ángeles de ese día, porque en 10 minutos estaba yo en la puerta de la casa, sin tener el domicilio, y sin saber cómo es que llegué hasta la iglesia si realmente solo había que caminar todo derecho, pero también sin la menor duda de que, no importa qué pase, siempre habrá alguien dispuesto a ayudar, y todo va a estar bien.

P.D. Esta nota fue escrita en la sala de espera del aeropuerto de Zürich, que dicho sea de paso, no tiene nada que ver con el Charles de Gaulle ni el Benito Juárez. Es moderno, limpio, elegante de hecho. Suizo.