Algunos lo saben, algunos no, pero yo me considero oriunda de la Ciudad de México, o sea, chilanga. Para tranquilidad de los tapatíos, mi acta de nacimiento dice que soy de Guadalajara, sin embargo, yo digo que uno es de done se cría y es en el DF en donde crecí. En este sabático, decidí pasar un mes en la ciudad en la que aprendí a andar en bicicleta, a hacer sumas y restas, a atravesar la calle, a jugar resorte, la ciudad en la que está el departamento de Niágara No. 55, marcado con el interior 402, y en el cual viví por más de 10 años.
Regresé a México por un mes, en este sabático, no como otras veces que solo iba a trabajar y tomaba café o desayunaba con algún amigo que tenía tiempo en esos días. En esta ocasión volví para respirar mi ciudad más allá del smog, regresé como quien regresa al nido, y descubrí parte de mi esencia. Fue como revivir quién había sido de pequeña. Recorrí casi a diario las calles de la colonia Cuauhtémoc, esa en la que me crié, a dos cuadras del Angel y del Paseo de la Reforma. Y reaparecieron los amigos de la infancia. Hicimos una reunioncita de reencuentro y fue como volver a ser niños. Nos divertimos, reímos, y sentí que había una cierta complicidad entre todos. Esa de haber compartido travesuras, aulas, maestros; esa de recordar cosas a través de las pláticas de otros; esa de ser exalumno del Boston.
Es curioso darse cuenta de la percepción que los demás tenían de mí: Marcela, eras una matada!! y además nunca me dejabas copiar en los exámenes. Es cierto, la rectitud me ha caracterizado siempre en ese y en muchos otros aspectos de mi vida. Esa rectitud en más de una ocasión se ha convertido en cuadratura e intransigencia. Lo bueno es darme cuenta de ello. De pronto escuché a niños de 7-8-9 años diciéndome algo que, hoy a mis 33, sigue siendo un patrón. Queridos amigos, gracias por hacérmelo ver.
Ahora Angela y yo somos cómplices, confidentes, amigas, hermanas. Y es que alguien a quien se conoce por 30 años no es cualquier persona.
Hay dos niñas con las que pasé el mayor tiempo de mi infancia, Paty y Cherie, mis hermanas. Con ellas crecí, compartí cuarto, jugué y peleé hasta el cansancio; con ellas patiné y anduve en bicicleta. Recuerdo el día que ellas dos jugaban "uñitas" en Perisur, girando, y de pronto se soltaron, y Adriana (Cherie) se fue de boca contra el piso y sangró. Mis padres estaban en una óptica y los empleados nos ayudaron para curar a la niña.
En una ocasión rompimos la cabecera de la cama jugando a "la casita". Amarrábamos la sábana a la cabecera y "se rompió". La reparación y pintura que hicimos fue tan buena, que mi madre no se dio cuenta del hecho sino varios años después. Ya para cuando nos quiso regañar le dijimos: "Apenas te estás dando cuenta???". El Parque Naucalli, las idas a Tequesquitengo, los viajes a Guadalajara que hacíamos por carretera (cuando no había maxipistas) y eran 7 horas de juegos, canciones, pasarle los cassettes a mi papá para que los pusiera, contar vacas, coches, chistes, ver las nubes, jugar a las manitas (claro, hasta que una lloraba), cantar la larguísima canción de "La rana que estaba sentada cantando debajo del agua-gua-guaaaaaa" y que ahora mis sobrinos cantan junto con nosotras. Con mis hermanas compartí escuela, ropa, juguetes, en fin. "Es de las tres", decíamos. Y esque mis padres nos enseñaron a compartir. Nos turnábamos el control de la tele, el asiento del coche, la bicicleta, los patines, y todo lo que venía en presentación de una o dos unidades. Ibamos al catecismo a un parque cerca de mi casa y luego jugábamos un rato y juntábamos catarinas y gusanos quemadores. Todo lo hacíamos a pie: la escuela, el parque, el super, el inglés, el francés, la pintura, la natación ...
Los otros hermanos son los primos. Eramos en el Boston "los niños Isunza" y a veces Miss Chelito, la directora, le daba a mi tía la queja de una de nosotras. Ella solo decía: "Yo le paso su recado a mi hermana". Siempre les dijeron que si eran gemelas aunque a mí no me parecían tan iguales. Las maestras nos conocían a todos.
Gaby y Rafael fueron como hermanos para mí. Siendo yo la mayor de las hermanas y no teniendo un hermano varón, y mucho menos mayor, en más de alguna ocasión, ante algún niño gandalla, utilicé el recurso de "mi primo es más grande y le digo a él para que me ayude". Al fin y al cabo él tenía amigos. Compartimos muchas cosas juntos.
Jugábamos baseball los 5 en su habitación, que entonces me parecía inmensa, y que ahora que lo pienso, seguramente no medía más de 4x4 mts y todavía corríamos! Es esa percepción de la inmensidad de las cosas que se tiene cuando uno es niño que me encanta y que me encantaría que persistiera en la adultez. Es impresionante llegar al patio de la casa de tu abuelo y darte cuenta de que te parecía enorme y es apenas un pequeño lugar.
Hoy me he reencontrado con mis primos. Cuando nos fuimos a vivir a Guadalajara, la distancia física colaboró para que nos distanciáramos también en la convivencia y el contacto posterior. Hoy que soy adulto y veo lo importante que han sido en mi vida, he decidido procurarlos y el reencuentro ha sido maravilloso.
Las vacaciones para mis hermanas y para mí eran una maravilla. Las pasábamos siempre en Guadalajara y algunas veces también iban Gaby y Rafael. Disfrutábamos enormemente porque íbamos con las primas! así que era una fiesta. Eran dos meses, en verano, de convivir con 3 primas en casa, más otras dos que frecuentábamos mucho, de la familia Pérez, y era increíble estar entre puras mujeres.
"Las Guacamayas" nos denominamos (quién sabe porqué). Ellas mayores que nosotros, divirtiéndose con las chiquillas, como siempre hacemos los adultos. Nos vestían del artista del momento y montábamos coreografías en Navidad, salíamos a patinar en la calle, cuando todavía se podía y jugábamos Stop con algunos niños de la cuadra. Nos llevaban a sus escuelas. Entonces ir a la prepa y a la universidad, mientras yo estaba estudiando primaria, me parecía por demás emocionante. En una ocasión hasta le pasé el acordeón a mi prima Montse.
Hay tantas y tantas anécdotas que podría contar de los niños de mi infancia ... en este día del niño, solo quiero darles las gracias. La gente de nuestra infancia es testigo de lo que somos en realidad, de nuestra más pura esencia, y saben cómo éramos de pequeños, y por lo tanto, cómo somos de adultos, en el fondo de nuestro corazón, cuando el caparazón se ha endurecido.
Gracias a ustedes tuve una infancia feliz y en parte por eso soy hoy lo que soy.