Después de 5 semanas de andar cargando la cangurera de viajero para cuidar ahí el dinero y los pasaportes, al llegar a Inglaterra decidí que quería descansar de ella un rato. Me la quité y la guardé en mi bolsa de mano. Ibamos a ir a cenar a un restaurante que nos había recomendado nuestro anfitrión: el amigo (que no conocíamos) de un maestro de la universidad (con el que teníamos relación en ese momento). Fuimos al restaurante y la estábamos pasando bien. Había una niña pequeña muy simpática y junto a nosotros una pecera grande. El papá acercó a la niña a la pecera y jugueteaba con ella, con esas voces y expresiones que los adultos hacemos a los niños como si de esa forma nos entendieran mejor.
Al momento de pedir la cuenta quise pagar y me percaté de que mi bolsa había desaparecido. Hice una serie de revisiones mentales rapidísimas para recordar si de verdad la traía o la había dejado en casa y finalmente caí en cuenta de que me la habían robado. Dos días antes, en Holanda, habíamos tenido muchas complicaciones para encontrar hospedaje porque había un festival o algo así y todo estaba lleno. Los hostales que tenían espacio solo rentaban las habitaciones por dos noches mínimo y nosotros solo queríamos estar una noche ahí. Encontramos una posada con un colchón prácticamente tirado en el piso, que si hubiéramos tenido una lupa (y sin tanto aumento eh!) hubiéramos visto todo un zoológico microscópico; el lavabo sucio; los espacios daban asco en realidad. Además, había que subir las maletas por unas escaleras sumamente angostas y empinadas. En el coche traíamos las maletas de Roberto, quien dejaba en ese viaje Francia, después de haber estudiado ahí un semestre, por lo tanto, eran maletas grandes y pesadas.
Decidió dejar sus maletas en el coche, que estacionamos justo afuera del hostal y era seguro porque estábamos a unos pasos de la estación de policía. Dormimos apenas encima de algunas chamarras que llevábamos; ni las sábanas nos queríamos poner. A la mañana siguiente, ya para irnos, en el coche un cristal roto, y las valijas abiertas. Nos habían robado. Las maletotas se quedaron en el coche; supongo que eran muy grandes para andarlas cargando, así que las dejaron. Pero había una pequeña mochila con documentos de mi amigo y dinero en efectivo. Esa sí que se fue.
Así que, faltando todavía 10 días para terminar el viaje, nuestro prestamista oficial perdió 3,000 dólares que su padre le había dado, el pasaporte, y el boleto de avión. Tuvimos que ir primero a cambiar el coche porque no podíamos circular sin ventana, luego a Bélgica, a la embajada mexicana para tramitar un pasaporte, y por último nos fuimos a Inglaterra.
Considerando que su mala suerte era mucha, Roberto me pidió que yo guardara su pasaporte que recién había repuesto y yo lo puse nada menos que en mi bolsa, junto con el mío, claro. Además, con el poco dinero que nos quedaba para los 3, que dicho sea de paso, también estaba guardado en mi bolsa, compramos los boletos para ir y regresar a Inglaterra. Y fue justo después de haber puesto todos los huevos en la misma canasta, cuando llegó el coyote y se llevó la canasta ...
Perdimos entonces boletos de avión, dinero, boletos de tren, pasaportes, tarjetas de crédito ... en fin. Yo había escrito el teléfono del perfectamente desconocido amigo de mi profesor para poder llamarle y ese dato también estaba en mi bolsa. Así que, eso valió para que alguien, que quiero pensar que no era el mismo ladrón, llamara al departamento para decir que "le habían dejado tirado en su casa un bolso con documentos mexicanos". Efectivamente, nos devolvieron TODO. Bueno, casi todo, el dinero, la cámara fotográfica y los lentes fueron el precio a pagar por la novatada. El risueño y juguetón papá con su niña, entre risa y risa y entre abrigos, se llevó la bolsa.
Este incidente lo he contado por muchos años como anécdota chistosa, como experiencia de un viaje y como lección de vida. Es chistoso contarlo después de tanto tiempo porque es de esas cosas increíbles que pasan y que vale la pena contar. La experiencia en el viaje fue muy enriquecedora porque fue una situación que causó estrés, y de alguna manera hizo que nuestro ánimo se fuera abajo al estar visitando Inglaterra ya sin dinero, pero nos mantuvo unidos a los 3 viajeros, sin mayores pleitos. Y como lección de vida me hizo dar cuenta de que hay cosas mas importantes que otras. En ese momento yo agradecí verdaderamente que los boletos de avión hubieran regresado al igual que los pasaportes. El dinero pasó a segundo término (como siempre).
Esta experiencia, de hace casi 11 años, viene a colación en este sabático porque muchas veces las lecciones se repiten, cuando no han quedado bien aprendidas. Si la lección es el desapego, entonces llevo muchos años recibiéndola y seguramente no la he aprendido aun, porque me sigue llegando.
(Continuará...)
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