noviembre 03, 2011

Regreso al nido

Tras más de 4 meses de ausencia en este blog, hoy retomo las letras para compartir de nuevo lo vivido. De alguna manera a mis lectores les causaba emoción la estancia en Europa; la aventura de la cartera perdida, el vuelo sin boleto, la multa con boleto, pero en mi regreso a México, durante 5 meses, hubieron cosas también divertidas pero sobre todo importantes para mi vida.

Hablemos del regreso al nido, a los orígenes, al hogar, es decir, a casa de mis padres. Es difícil establecer las condiciones de convivencia después de tantos años de separación. Lo primero que sucedió fue que al día siguiente de yo haber regresado, salí con unos amigos, y mi papá, sin saber que yo estaría afuera, cerró con pasador la puerta. Cuando, a las 3 am, me di cuenta de eso, estuve a punto de irme a dormir a casa de mi amiga, pero imaginé que sería peor la regañada por no haber llegado, que por haber llegado tarde y además haberlos despertado, así que llamé por teléfono y mi padre, modorro, tuvo que bajar a abrir la puerta. Creo que no necesito platicar el sermón del día siguiente.

Muchos me preguntan cómo es posible que a mis 34 años, mis padres me regañen por llegar tarde. Supongo que se preocupan por lo que pueda pasar. No puedo más que estar agradecida porque sé que les importo, que están al pendiente y que velan por mi bienestar (aunque no esté de acuerdo, jeje).

Horarios, actividades, todo se ve un tanto modificado. Para mí, por el hecho de no estar en MI casa; para mis padres, por el hecho de tener a alguien más viviendo en SU casa. Pero fue un excelente ejercicio para convivir un poco más con ellos. Como bien - o quizás no tan bien - sabemos , la vida puede acabarse en cualquier instante. Es sumamente valioso entonces el tiempo que podamos compartir con nuestra gente, y aprender a verlos más allá.

Nada se compara con comer algo rico en casa. Siempre me he preguntado, si hiciéramos un concurso de a qué mamá le sale más rica la sopa de fideo, quién ganaría. Cada quien votaría por su propia madre. Regularmente escucho algo como: nadie hace la carne en su jugo, o el mole, o el arroz, o el cocido, o la lasagna, como mi mamá. Y es que cada uno aprendemos a comer con esos sabores, los de mamá. Al menos a mi favor, puedo decir que efectivamente, mi madre es una excelente cocinera, reconocida reiteradamente por cuanto comenzal se sienta a su mesa. Cuando estaba a punto de partir para Madrid, mi familia me hizo una comida de despedida y me preguntaron que qué quería. Se me antojó tanto una carne en su jugo! Luego el guacamole y frijolitos, que en mi dieta no pueden faltar y unas tostadas de lomo regalo de mis tíos!!! Fue una excelente comida. Gracias!

Un día mi hermana Paty me invitó a comer a su casa. Sin yo saberlo, era una ocasión especial, ya que ella y mi cuñado Armando me pedirían hacerles el gran honor de apadrinar a su recién nacida, María José. Este hecho nos unió más a mi hermana y a mí. Nos hizo compartir muchos ratos, momentos, espacios, ideas, para el bautizo y seguramente para la vida. Cuando ella comentaba con sus amigas que en casa de mi mamá nos reuníamos todas (hermanas, mamá, tías, primas) para cocinar, hacer arreglos florales, bolos, llenar el carrito del candy bar, hacer los recuerditos, y todos los etcéteras de los preparativos para el bautizo, más de alguna le dijo: -"Qué padre! yo no tengo aquí a mi familia." o "A mí me gustaría que mi familia fuera tan unida."

Para quienes tenemos este tipo de convivencia con la familia, nos parece normal y de aplicación general que así sucedan las cosas. Me doy cuenta de que no es así. Esos regalos los atesoro y valoro hoy aun más, cuando, sin el agobio del trabajo y el trajín del día a día, puedo verlos y darme cuenta de que son cosas que existen y que se cultivan; que las relaciones no se dan así como así y que es la cotidianidad la que las va creciendo o matando.

Y los sobrinos. Creo que a ellos les dedicaré una entrada especial. Han llenado mi vida y mi alma de tal manera que merecen unas buenas líneas que más adelante escribiré.

En resumen me siento muy agradecida, afortunada y bendecida por los padres que tengo, por su hospitalidad en estos meses, por su amor en el transcurso de mi vida y por su apoyo incondicional a pesar de no estar del todo de acuerdo en mis decisiones. Han sabido estar, darme soporte e inclusive aguantar esto que implica tener hijos y acompañarlos a lo largo de su camino. Y también por mi familia toda. Si en algún momento hubiera que decidir si volver o no, ellos serían en definitiva un factor de mucho peso en la balanza.


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